Por Jorge Ottati
Los futbolistas intentan aprovechar al máximo las oportunidades que se les presentan a lo largo de su carrera, la cual es muy corta si se la compara con otras profesiones. Es por ello, que ya dejó de sorprender que un jugador cambie de equipo año tras año, en busca de más minutos de juego y un mejor salario.
Pero este constante movimiento de futbolistas, incluso durante una misma temporada, ha provocado un fenómeno que no pasa inadvertido: el del jugador que no celebra los goles contra su exequipo.
Puede entenderse que un delantero que está muy identificado con un club (Francesco Totti con Roma, Javier Zanetti con Inter, Ryan Giggs con Manchester United) no quiera manifestar su alegría desbordante al momento de anotar contra ese equipo, pero es muy distinto cuando un jugador en lugar de saludarse con sus compañeros termina pidiendo disculpas a la tribuna, acompañado de un gesto extremadamente serio en su rostro, como si lo hubieran acusado de haber realizado un acto delictivo.
¿Dónde queda el respeto por el actual equipo que le está pagando el salario a ese goleador? ¿Quién creó este “código del fútbol” que impide levantar los brazos al convertir contra un club donde ese delantero jugó alguna vez, quizá hace mucho tiempo?
Los goles son lo más importante que existe en el fútbol, es la máxima emoción, y convertirlos es el deber principal de los delanteros. Pero, hoy en día, resulta difícil aceptar las extrañas reacciones de los delanteros y sus pedidos de disculpas hacia la tribuna, enfocados permanentemente por las cámaras de televisión y generalmente alabados por aquellos que dicen: “¡Qué bien lo que hizo Luciano Piscardelli!
¡Qué gesto noble!”, y se olvidan que Piscardelli le anotó 4 goles a su exequipo y lo eliminó del torneo. Pero no festejó las conquistas y mostró cara de preocupación.
Hace años, un reconocido actor argentino realizó un análisis de los directores técnicos en el fútbol de su país, y llegó a la conclusión que la mayoría de los entrenadores están más pendientes de las cámaras que captan sus gestos junto al banco que de lo que está ocurriendo en el campo de juego. “Son más actores que nosotros; siempre miran la cámara de reojo”, expresó Guillermo Francella.
¿Cuál es la reacción del jugador moderno que remata y su disparo no termina convirtiéndose en gol? Tomarse la cabeza con las manos, mirar al cielo, colocar cara de asombro y, recién 10 segundos después, cuando las cámaras dejaron de enfocarlo desde todos los ángulos, volver a pensar en el partido.
Existe una diferencia muy grande entre el festejo exagerado, desmedido (comenzar una carrera enloquecida por la tribuna, quitarse la camiseta, gritar “gol” con toda la fuerza del mundo, hacer un triple salto mortal en el aire y realizar el baile brasileño de Michele Teló) y el festejo medido (abrazarse con los compañeros y alegrarse por haber convertido).
El jugador no debe justificar sus acciones ante los aficionados rivales, porque su obligación es con el nuevo equipo, el que lo contrata para que convierta goles. La cuestión es ponerse la camiseta en todo el sentido de la expresión, y eso implica respetar al nuevo equipo y no estar manifestando públicamente que todavía se tienen lazos con el club anterior.