Por el Prof. Jorge Ottati y Jorge Ottati Jr.
Hace unos años, en España, luego que Atlético de Madrid errara el sexto penal de los nueve que tuvo a su favor en el comienzo de la temporada, el técnico Diego Simeone sorprendió con las siguientes declaraciones: “A veces escucho que la gente comenta que los penales hay que entrenarlos. Los penales es difícil entrenarlos, salvo que llamemos a 30 mil o 40 mil personas para que estén detrás del arco cuando uno va a patear… no se representa la misma situación”.
¿Cómo es posible que un entrenador de renombre como Simeone asegure que no se pueden practicar los remates desde el punto penal? Siguiendo su criterio, en los entrenamientos tampoco habría que realizar tiros libres o remates desde afuera del área, ya que las tribunas están vacías. Tampoco serviría el entrenador de guardametas, porque no se puede recrear la emoción de un partido. Olvidémonos entonces de ejercitar los tiros de esquina, los balones en profundidad o los cierres de los defensores, ya que un entrenamiento nada tiene que ver con las pulsaciones de un futbolista en un partido oficial.
¿Cuántas horas al día dedica un golfista para afinar la precisión en sus tiros? ¿Por qué un tenista pasa jornadas enteras devolviendo balones lanzados por una máquina o por un entrenador? ¿Cómo es posible que un basquetbolista de la NBA practique cientos y cientos de tiros libres y triples por día? Porque más allá del talento individual de un deportista y de la confianza que tenga en sus instintos, la repetición de un lanzamiento generará una mayor familiaridad con los movimientos del mismo e influirá positivamente a la hora de realizar ese tiro, por encima de aspectos psicológicos que puedan jugarle en su contra.
No es normal que un equipo candidato a títulos desperdicie tantos penales dentro de los 90 minutos reglamentarios, y que a pesar de cambiar a los ejecutantes el balón no termine en el fondo de las redes. Pero si nos enteramos que ese equipo no se preocupa por practicar ese tipo de disparos, ya que su técnico cree firmemente que es inútil siquiera intentar remates desde el punto penal al término de los entrenamientos, allí sí podemos entender el porqué del problema.
“Ahora llegamos a la lotería de los penales”. ¿Cuántas veces hemos oído esta afirmación no solo de parte de los aficionados y del periodismo, sino que también, y lo que más extraña, de los propios participantes: jugadores y técnicos?
“Perdimos porque llegamos a la definición por penales y allí gana cualquiera”; “Es pura suerte”; “Los malditos penales volvieron a cruzarse en nuestro camino”, son algunos de los comentarios habituales. Pero de alguna manera hay que definir un partido que lleva 120 minutos igualado y por supuesto que los penales son una mejor opción que lanzar una moneda al aire.
Todos recuerdan la consagración de Brasil por cuarta vez en la Copa del Mundo de Estados Unidos en 1994, cuando falló su remate Roberto Baggio o la conquista de Italia en el Mundial del 2006, en Alemania, en la final ante Francia. Esas fueron las dos únicas oportunidades en las cuales se utilizó la definición mediante tiros penales para determinar al campeón del mundo.
No se debe hablar de “lotería” cuando se habla de ejecución de penales, ni tampoco la manida excusa de que grandes del fútbol también han errado penales, para justificar la equivocación al momento de rematar la pena máxima.
Si el penal es bien ejecutado tiene que ser gol. Las chances son desproporcionadas entre el ejecutante y el guardameta. El delantero tiene la obligación de convertir, ya que solo él sabe dónde dirigirá el balón, mientras que el arquero solamente puede adivinar la intención de su rival. Si lo intuye, tendrá más posibilidades de detenerlo; de lo contrario será gol. No hay misterios en la ejecución de un tiro penal.
El promedio en el mundo sigue manteniéndose en un 70% de penales convertidos y un 30% que no culminan en gol, de los cuales el 16% es detenido por los guardametas y el 14% desviado por los ejecutantes. Hoy en día, con la televisión, se ven partidos de todos los equipos en el mundo y muchos arqueros estudian a sus rivales de turno para mejorar sus probabilidades de tapar algún remate, como le ocurrió a Jens Lehmann, el meta germano que atajó los remates de Roberto Ayala y Esteban Cambiasso en los cuartos de final del Mundial del 2006.
El futbolista es humano y puede fallar, o incluso resbalar al momento de patear hacia el arco, como le ocurrió a John Terry en la recordada final que perdió Chelsea ante Manchester United por la Champions League del 2008. Lo que poca gente recuerda es que el último penal errado, el que le dio el título a los Diablos Rojos, no fue el de Terry, sino el del francés Nicolas Anelka. También juega un rol preponderante el estado anímico del ejecutante en el momento de poner en práctica todos sus conocimientos y en la elección acertada que haga el técnico en el momento de confeccionar la lista de los ejecutantes. Aquí incide algo muy importante en los futbolistas actuales: la falta de fundamentos que muchos de ellos tienen al llegar a Primera División.
La velocidad del balón, cuando se remata con la potencia adecuada, siempre será superior a la velocidad de reacción que tiene el guardameta. Aunque se reconoce que no es lo mismo ejecutar un penal en un entrenamiento que hacerlo en un partido decisivo, es por eso mismo que este tipo de disparos debe ser practicado con asiduidad, ya que la repetición es clave en la mecanización de movimientos y en la confianza, algo que beneficiará al jugador cuando llegue el momento de rematar un tiro penal.
A los ejecutantes se les define en el momento de la definición de acuerdo con la fortaleza anímica y física, además de su habilidad para ubicar la pelota en el arco con precisión.
Después de conversar con delanteros y guardametas durante muchos años se llega a la conclusión que la mejor manera de rematar un penal es con potencia, a media altura (aproximadamente a un metro y medio del césped) y cerca del poste, ya que los arqueros tienden a lanzarse hacia sus costados, pero hacia los ángulos inferiores de las porterías.
En los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica, al término del emocionante partido entre Uruguay y Ghana, se recurrió a la definición por penales. Asamoah Gyan, que había impactado su remate en el horizontal al minuto 120, fue el primero en rematar y colocó la pelota con maestría, en el ángulo superior izquierdo de Muslera, inatajable, para dejar bien en claro que él sabía como ejecutar un penal y que los nervios, la ansiedad de avanzar a una semifinal y la presión del momento habían sido mucho para él en el remate que rebotó en el travesaño solo cinco minutos antes. Todo lo contrario ocurrió con Sebastián Abreu. En la práctica antes del partido contra Ghana había errado los tres penales que remató, pero su confianza estaba en lo más alto. Abreu quería hacer historia en una Copa del Mundo y fue por eso que al ver que Óscar Tabárez lo había colocado en el tercer lugar de la lista de ejecutantes le dijo a su técnico: “Maestro: colóqueme quinto que lo gano con la marca de la casa, la picadita”. Abreu se tomó todo el tiempo del mundo para recorrer la distancia que separa al centro del terreno de juego con el punto penal. Disfrutó el momento. Sabía que todas las miradas estaban apuntadas sobre él. Era la oportunidad que había estado esperando toda su vida. Tomó carrera, remató y con el estilo que hizo famoso Antonín Panenka, colocó la pelota suavemente por el centro del arco, levantó los brazos al cielo y esperó el abrazo de sus compañeros.
Lotería sería que un partido se definiera tirando una moneda al aire, como sucedió luego de la final del Sudamericano Juvenil Sub-20 de 1967, cuando empataran 2 a 2 luego del tiempo suplementario argentinos y paraguayos. Ese día, una moneda al aire le dio el título a Argentina.
En la Copa América Argentina 2011 se registró un hecho que no podemos dejar pasar por alto. Brasil y Paraguay fueron a la definición por penales y por primera vez en su historia, los brasileños marraron cuatro penales, (Elano, Thiago Silva, André Santos y Fred) tres fuera y uno atajado por Villar. ¿Lotería? No; simplemente falta de confianza y de puntería en un terreno de juego que no estaba en las mejores condiciones.
Treinta años atrás, cuando el árbitro señalaba un penal, los aficionados comenzaban a celebrar en las tribunas porque sabían que hacer el gol era simplemente un trámite y nadie pensaba lo contrario. Hoy a nadie le asombra cuando un jugador no convierte un penal.
Héctor Scarone, campeón olímpico en 1924 y 1928 y ganador de la primera Copa del Mundo en 1930, fue uno de los grandes del fútbol uruguayo. En 22 años de carrera remató 117 penales y erró solamente uno, que rebotó en el horizontal, contra Wanderers. Ya retirado, y con 44 años de edad, fue invitado a almorzar con el plantel uruguayo que se preparaba para el Campeonato Sudamericano de 1942 y le preguntaron si los penales eran una loteria o punteria y rápidamente Scarone afirmó: “Un penal no se puede errar porque es la obligación de cualquier profesional convertirlo”. Los guardametas de la Selección Uruguaya, Roque Máspoli y Anibal Paz – los dos que en 1950 serían campeones del mundo en Maracaná – fueron desafiados por aquel hombre vestido de traje y corbata para que le atajaran 10 penales. Scarone se paró en el punto penal con la solemnidad que le caracterizaba, enviando al fondo de las redes todos sus disparos ante cada uno de los arqueros, sin que pudieran esbozar el más mínimo gesto de defensa. El “Mago” no erró un solo penal y demostró que la única lotería que existe es la del famoso juego de azar.