Por Daniela Ottati
Hace más de diez años, mi tío Edgardo viajó desde Uruguay hasta una pequeña ciudad en la montaña, al sur de Italia, que lleva como nombre el apellido de nuestra familia: Ottati. A su regreso, compartió con todos nosotros el escudo de dicha comunidad, que a partir de ese momento lucimos con orgullo en una de las paredes de nuestra casa.
Fue en mayo del 2008 cuando emprendí desde los Estados Unidos un viaje de estudios con mi Universidad con destino a Italia y, por supuesto, no podía dejar pasar la gran oportunidad de visitar el Comune di Ottati. Nos encontrábamos en la ciudad de Sorrento, en la región de la Campania, con todo el grupo de estudiantes, y mientras una parte del mismo fue a ver el Vesubio, junto con uno de mis profesores, el Decano John Kneski, y tres compañeros, Alex, Carolyn y Alejandra, comenzamos nuestra pequeña gran aventura.
Primero fuimos por barco desde la ciudad de Sorrento hasta Salerno. Luego de degustar unos deliciosos helados y de recorrer la hermosa ciudad salernitana, nuestro trayecto continuó en autobús hacia Ottati. Fue asombroso estar más de dos horas en una estrecha ruta que subía la montaña serpenteando, ya que Ottati se encuentra a 530 metros sobre el nivel del mar. Para quien nació en un país sin elevaciones, una penillanura levemente ondulada como Uruguay, viajar en la montaña es todo un espectáculo: pequeños pueblos que aparecían como por arte de magia enclavados en las alturas; gran cantidad de olivos; un follaje exuberante con tantas tonalidades de verdes que ningún pintor podría crear esos colores en su paleta; decenas de peligrosas curvas a cada momento del recorrido y, para contemplar con los ojos bien abiertos, enormes precipicios al costado de la carretera que asustaban hasta los más valientes.
Al bajar del autobús, escuché que alguien decía mi nombre con emoción: “¡¡Daniela!!”. Era el Alcalde de Ottati, el honorable Pasquale Marino, quien nos estaba esperando en la entrada de la Alcaldía. Me asombré, ya que él solo me conocía de nombre y yo venía acompañada con otras dos jóvenes, pero supuse que pudo reconocerme fácilmente al ver el asombro y la emoción que denotaba mi rostro. Es importante destacar, que después de varios años, era la primera ocasión en la cual otro Ottati estaba en Ottati, ya que ningún habitante de la ciudad lleva este apellido. Después de una grata conversación dentro de la Alcaldía, donde conocimos también a Martino Luongo, el asistente del Alcalde, comenzamos un tur por la pintoresca ciudad de menos de mil habitantes.
En esta pasada primavera europea, en mayo del 2010, exactamente dos años después, regresé a Ottati y esta vez con toda mi familia que anhelaba conocer el lugar por los relatos que les había contado. El ómnibus se detuvo en la puerta de la Alcaldía donde nos recibió un gigantesco escudo de la ciudad construido con mosaicos. En esta oportunidad nos esperaban dos nuevos amigos, Assunta y Fabio, con quienes nos escribíamos por e-mail, así como Martino, a quien había tenido el gusto de conocer en el pasado viaje. Ellos nos presentaron al nuevo Alcalde de la ciudad, el Dr. Serafino Pugliese, y luego de una muy grata charla en italiano, intercambiamos regalos y nos llevaron a recorrer la ciudad. Nos dividimos en dos automóviles y comenzamos por las iglesias de Ottati.
La primera a la que arribamos es la que se encuentra más alejada del centro de Ottati, la llamada Vergine del Cardoneto, un santuario muy hermoso, refaccionado recientemente y pintado de amarillo. En su exterior hay una gigantesca estatua de la virgen y en su fondo la montaña. Cada foto tomada en Ottati tiene algo especial, ya sea el marco de dichas montañas o la Rupe, la gigantesca muralla natural de piedra que protege la ciudad.
Luego visitamos la iglesia Annunziata -cuya torre se divisa desde cualquier punto de la ciudad- y el Convento Domenicano, ubicados en el centro de Ottati. La iglesia cuenta con una sólida puerta de madera tallada y, en su interior, muchas esculturas pintadas de los santos y la virgen enmarcada en rayos de bronce, lo que le da un toque particular. El convento está en pleno proceso de restauración y todavía se conservan algunos frescos.
La última de las iglesias que vimos fue la de San Biagio. Pese a la sencillez de su exterior, encontramos bellísimas y coloridas bóvedas decoradas con frescos, grandes marcos dorados y una estatua de San Biagio, muy protegida para que nadie se acerque, pero de la cual pudimos tomar una foto en donde se aprecian todos los detalles del santo patrono.
Ninguna de las casas ni de las calles de Ottati es igual a las demás. Cada imagen percibida era única e irrepetible. Con las inmensas montañas como testigos fuimos conociendo sus hermosas iglesias, sus negocios, su escuela y su plaza a través de sus angostas y centenarias calles de piedra. La ciudad cuenta con una característica muy peculiar: Ottati es un museo al aire libre. En las fachadas de las casas se pueden apreciar cuadros de distintos artistas italianos, iluminados y con protección para la lluvia. Es más, como obsequio, el Alcalde nos entregó un libro con cada uno de esos cuadros donde se indica el título, la ubicación y el nombre del artista.
Para terminar nuestro recorrido, paseamos por las calles de la ciudad, nos acercamos a la Rupe, y los gentiles amigos Assunta y Fabio nos llevaron a un lugar desde donde disfrutamos de una vista panorámica de Ottati, con todas sus encantadoras casas con sus techos de tejas anaranjadas, y en donde nos tomamos varias fotos.
Y fue así como cinco Ottati visitaron el Comune di Ottati y recorrieron emocionados un lugar “cento per cento” italiano, lejos del ruido y la vorágine de las grandes ciudades y lejos de la multitud de turistas que invaden todos los años los puntos más populares de Italia. Contamos con nuestros nuevos amigos como guías, quienes mientras caminaban junto a nosotros, nos mostraban con gran orgullo los lugares más atractivos de la ciudad. Los ottatesi, los naturales del lugar, no podían creer que Ottati fuera nuestro apellido y cuando les mostrábamos nuestras tarjetas personales nos saludaban con asombro, con cariño y… ¡no faltó quien nos invitara a pasar a su casa para tomar un café!
Es muy importante visitar y conocer grandes ciudades como Roma y Milán cuando uno viaja por Italia. Pero es más que significativo encontrar un lugar en el mundo que lleve nuestro apellido y que sea el lugar de origen de nuestros antepasados; un lugar tan especial para nosotros que nos brinde la posibilidad de relatar una peculiar historia como la que cuento siempre cuando hablo del Comune di Ottati.