El viaje a Europa (Cuentos de humoramor) de Carlos Maggi – uruguayo
Ir a Europa ya no se usa –dije-. Nuestros amigos fueron todos, ¿a quién vamos a impresionar yendo? Lo bueno es poder contar cosas sorprendentes, mostrar fotografías únicas, tener recuerdos, quiero decir souvenirs, objetos que nadie tenga. Para que semejante gasto se justifique hay que ser más jóvenes de lo que somos nosotros. Después de los cuarenta, no se encuentra a quien deslumbrar con lo poquito que un turista puede averiguar de Londres o Berlín. Madrid, ya oíste lo que dijo Suárez, es como la Unión, aunque crea que es como Buenos Aires. No, Isabel, no me parece que nos convenga planear ese viaje. Además, pienso en el hotel Saint Michel lleno de uruguayos y me siento mal. Un solo compatriota en el extranjero es un ser inevitable. ¿Qué podrá hacerse frente a los veinte o treinta que justamente en ese momento descubren París, desbordantes de entusiasmo por lo que están viviendo, con unas ganas locas de compartirlo y con el termómetro del destierro marcando cuarenta grados de nostalgia? ¿Cómo se defiende uno de esa fiebre fraternal y abrasadora, capaz de abrazar a cualquier nacido cerca del estuario del Plata? No es tan difícil imaginar lo que ha de ser que oigan un tango y se pongan sentimentales. Me moriría de exceso de calor humano. El único modo de no tener que soportar al lado a algún hermano de la patria chica en pleno estado de emoción, es quedarse aquí…
Hay experiencias menores que son aleccionantes: ir a la vecina orilla y pasear por Florida; están todos. Siempre, desde chico, tú lo sabes, me dio vergüenza ser turista. Se está en un país donde cada uno se ocupa de lo suyo y uno se ocupa de mirarlos. Ellos trabajan, pelean, gozan sus triunfos, lloran sus fracasos, entierran a sus muertos, aman a sus mujeres y uno está ahí, mirándolos con la Kodak pronta para llevarse a casa, en Sudamérica, una de las marcas que dejó por esos lugares el bolillado de historia universal. Uno se para y mira la vida de ellos, como en la vidriera, desde atrás del cristal; pero es uno el microbio, el que paga en dólares el derecho a abrir la boca en casa ajena. ¡Qué triste entrar al zoológico y terminar siendo el bicho raro! De algo estoy seguro: si no me nombran gerente de un banco suizo y me piden que vaya a organizarlo, no me muevo de aquí. Si quieren que vaya a Europa, que me paguen y que allá me dejen hacer algo, algo que me guste.
– ¡Trabajar!… –dijo Isabel.
– ¿Por qué no?
– ¡Tienes un modo de divertirte, Fabián!
– Bueno –dije, en ese instante esperado, con una calma que tuve que imponerme- si se tratara de divertirse, no iba a viajar para ver monumentos o paisajes, materia bruta. A mí me interesa lo que hace el hombre. Iría por algo que realmente me gustara ver y que fuera irrepetible (o se ve en su momento o se pierde para siempre). Me gustaría tener un relato para contar durante toda mi vida; qué se yo, algo un poco más excitante que la Catedral de Reims, que no es otra cosa que la fotografía de la Catedral de Reims, pero de tamaño natural. No sé si me hago entender. Para ver la tumba de Napoleón mejor me compro la biografía de Josefina de Stephan Zweig, si es que hizo la biografía de Josefina; me leo los entretelones y tengo más diversión por menos pesos.
Se justifica cruzar el Atlántico si es que hay algo que emocione y que se sabe realmente único; un hecho del hombre; una hazaña; lo ves mientras está sucediendo o te queda la pena de haberlo perdido para toda la vida. No sé si soy claro. No me interesan las cosas históricas; siempre hay tiempo para verlas y las puede ver todo el mundo. A mí me interesan los hechos históricos. ¿No te hubiera gustado ser testigo de la caída Imperio Romano?
– Entendido –dijo Isabel-. Pero cuando vuelvas de ver el partido de Peñarol con Real de Madrid, a las vacaciones siguientes vamos al carnaval carioca, ¿me das tu palabra?
– Lo juro –exclamé en un rapto de amor; y antes de besarla apasionadamente le pregunté: ¿Y tú?, ¿no quieres venir?…Vamos, vemos el partido y volvemos. Son nueve días la excursión, ¿te gustaría ir, querida? – y ella, que tiene momentos maravillosos dijo:
– No; no me interesa.