Por Jorge Ottati
Hace años, cuando a un niño en Sudamérica se le preguntaba cuál era su sueño deportivo, la respuesta era siempre la misma: jugar en un equipo grande y disputar un Mundial con la selección nacional. Hoy, el mundo en el que vivimos es muy diferente a aquel, y la gente ya no compra el periódico para leer las noticias del día anterior, porque ahora las recibe en el teléfono celular, mientras las mismas están sucediendo. Los niños ahora disfrutan más con los partidos de la Liga Española que con los de sus ligas locales, y pueden ver cada uno de los juegos del Barcelona y el Real Madrid, en color, en alta definición, amistosos y oficiales por igual, en la televisión, en la computadora o en los dispositivos móviles.
Ya desde hace unas décadas venimos escuchando que el objetivo del joven futbolista es jugar en un equipo de Europa, y ni siquiera menciona el club grande del torneo local, el que antes servía de trampolín para saltar al viejo continente.
Así como cambió la preferencia en lo referente a clubes, también cambió la respuesta cuando se menciona la frase “Copa del Mundo”. Ya no importa con qué camiseta y escudo se juega. Lo único que sirve es convertirse en mundialista, aunque se vistan los colores de un país que es diferente a aquel de su nacimiento.
Mauro Camoranesi nació en Argentina y debutó como profesional en 1995. Llegó al fútbol italiano en el 2000 y estuvo allí durante 10 años, primero con Verona y luego con Juventus. En el 2006, en ocasión del Mundial, Camoranesi se consagró como Campeón del Mundo… pero no lo hizo con Argentina, selección que quedó eliminada en cuartos de final ante Alemania, sino con Italia, debido a que el mediocampista poseía también la ciudadanía italiana.
¿Habrá sentido Camoranesi la misma emoción con la Selección Italiana que si hubiera conquistado el título de la FIFA con su país natal? Solo él lo sabe, aunque sus declaraciones al término de la final del Mundial permiten entender algunas de sus sensaciones: “Me siento argentino, pero he defendido con dignidad los colores de Italia, que también están en mi sangre”.
¿Cuándo habrá visualizado Camoranesi que Italia le brindaría la posibilidad de llegar a disputar una Copa del Mundo, algo que veía muy lejano con Argentina? ¿Sintió que su sueño de niño se volvía realidad o se dio cuenta que, aunque logró el objetivo, el camino no fue el deseado originalmente por él y su familia?
Otro futbolista argentino que disputó dos Mundiales es Guillermo Franco, presente con la Selección Mexicana en las Copas del 2006 y 2010. El delantero correntino jugó solo cuatro temporadas en el fútbol mexicano, pero obtuvo la nacionalidad de manera muy rápida, a solo dos años de su arribo a suelo azteca. Su participación en las selecciones mexicanas fue siempre muy cuestionada, pero contó con el respaldo de los entrenadores y directivos de turno.
¿Son suficientes cuatro años en un país extranjero para sentir lo mismo por el escudo y los colores de la camiseta que aquel que transcurre su infancia observando a los ídolos locales defender a la selección nacional?
El brasileño Diego Costa es uno de los casos más recientes entre jugadores que tomaron la decisión de jugar por otra selección nacional; aunque en el caso del actual delantero del Chelsea, lo que llama la atención es que se negó a defender a un país que lo había convocado, que lo había hecho debutar en un partido amistoso, que es el máximo ganador de Copas del Mundo y que fue el anfitrión del Mundial del 2014.
Es momento que FIFA tome cartas en el asunto y analice la implementación de regulaciones para la inclusión de jugadores nacionalizados en las competiciones oficiales, para que en un futuro no muy lejano se evite la ridícula situación que ocurre en los Mundiales de Fútbol de Salón, donde la gran mayoría de las selecciones cuentan con varios jugadores brasileños en sus planteles.
Entiendo que el jugador profesional opte por el club del país que más le convenga a sus intereses deportivos y económicos, pero la selección nacional no debería ser tema de elección.
Y se evitarían conflictos a la hora de escuchar y no cantar himnos, mientras el futbolista observa una bandera extraña con la cual siente muy pocos lazos afectivos… o quizás ninguno.