Historias-del-Profesor

– En 1961, un año después de perder la primera edición de la Copa Intercontinental contra Real Madrid, Peñarol volvía a ganar, por segunda vez consecutiva, la Copa Libertadores de América. Venció a Palmeiras de Brasil en el primer encuentro, el 4 de junio en Montevideo, por 1 a 0, con gol de Alberto Spencer, quien cerca del final del partido le quitó la pelota al mundialista Djalma Santos y convirtió el gol de la victoria.  En la revancha, una semana más tarde en el Estadio de Pacaembú de Sao Paulo, empató 1 a 1 con gol de Jose Sasía, con un fuerte remate que rompió la red, lo que significó el segundo título de América. Peñarol era un gran equipo, con figuras de jerarquía internacional como el peruano Juan Joya, que había llegado de River Plate de Argentina, el paraguayo Juan Vicente Lezcano de Olimpia de Paraguay, sumado a la experiencia, entrega y guapeza de José Sasía, que había sido figura en Defensor y Boca Juniors.

El gran desafío para todos los jugadores de aquel plantel aurinegro era ganar la Copa Intercontinental, algo que no pudieron lograr  el año anterior.

Benfica-1Benfica de Portugal era uno de los mejores equipos de Europa. Las “Águilas” habían terminado con la hegemonía de Real Madrid en el viejo continente en la temporada 1960/61, tras arrebatarle a los merengues, por primera vez en la historia, la Copa de Europa. Pero en realidad, el Benfica no tuvo que vencer al campeón de Europa, dado que el Barcelona se encargó de ello en la segunda fase, gracias a un 4 a 3 en el resultado global de la eliminatoria a favor de los azulgranas, que tenían un gran equipo donde se destacaban los húngaros Kocsis, Czibor y Kubala, junto a la joven promesa española de Luis Suárez. Benfica conquistó la Copa de Europa frente al Barcelona el 31 de mayo de 1961, en la ciudad de Berna, Suiza, gracias a las conquistas de Jose Águas, Mario Coluna y a un gol en contra, para ganar la final por 3 a 2.

Fue en ese partido donde se consolidó la leyenda negra del Wankdorf-Stadiom de Berna. Al término de la final, el húngaro Kocsis, que ya había perdido el Mundial del 54 ante Alemania, en una polémica final a la que los húngaros llegaban después de más de tres años sin derrotas y con una de las mejores delanteras de la historia del fútbol, declaró que aquel estadio “estaba maldito para sus compatriotas”.

El equipo portugués era dirigido por el húngaro Béla Guttmann, uno de los técnicos más famosos de la época, pionero de la formación 4-2-4, y que años más tarde sería contratado por Peñarol.  Guttmann, quien cambiaba permanentemente de equipo, hizo célebre la frase: “La tercera temporada es fatal”. Sin embargo, con él al mando, las Águilas de Benfica comenzaban finalmente a volar.

El primer encuentro ante Peñarol se disputó el 4 de setiembre en el Estadio de la Luz en Lisboa, ante 40 mil espectadores y con solitario gol de Coluna, a los 60 minutos, los lusitanos se quedaron con la victoria por 1 a 0.

El partido de vuelta se fijó para el 17 de setiembre en el Estadio Centenario de Montevideo.  Recuerdo la gran expectativa que había en el mundo del fútbol por la revancha y porque el título no se escapara como el año anterior, cuando quedó en manos del Real Madrid.  Existía mucha confianza en los aurinegros, y en especial en su línea atacante, conformada por Luis Cubilla, Ernesto Ledesma, Alberto Spencer, Jose Sasía y Juan Joya.  Mucho se hablaba del poderío del equipo lusitano, pero el técnico Roberto Scarone tenía confianza en sus dirigidos.

Las entradas se vendieron con mucha rapidez y 56 mil espectadores estuvimos presentes en el Estadio Centenario para ver como los aurinegros, con una gran exhibición de fútbol, vencieron por 5 a 0, con 2 goles de Joya, 2 de Spencer y uno de Sasía. Fue evidente que el campeón europeo subestimó el poderío del equipo uruguayo, que superó por completo a Benfica, y que nos hizo ilusionar a todos en la tribuna con que la Copa sería nuestra en el tercer y definitivo partido.

Los dirigentes no se ponían de acuerdo sobre si el encuentro final debía jugarse en terreno neutral, Argentina o Chile, pero rápidamente surgió la solución para volver a disputarlo en el Estadio Centenario a las 48 horas, pero con la condición que Peñarol autorizara un cambio de último momento en la lista de futbolistas de Benfica.

Así fue que se autorizó el ingreso de Eusébio – un joven de solo 19 años de edad del que no se tenía ninguna referencia en el Río de la Plata – que no había jugado en el encuentro de ida, y que voló especialmente de Lisboa hacia Montevideo para estar presente en el partido por el título mundial. Se fijó el Estadio Centenario, pero esta vez, en horario nocturno, para la gran final del 19 de setiembre.

En ese momento, en Montevideo, todos nos preguntábamos quién era Eusébio, para traerlo de apuro como el arma secreta de la victoria. Hay que recordar, que en ese momento, sin el acceso a internet, obtener información precisa era muy difícil.

(Con respecto al jugador, la historia de su vinculación al equipo portugués es muy interesante.  En 1960, un modesto conjunto, el Ferroviario de Brasil, cuyo técnico era Carlos Bauer, ex mundialista brasileño del 50 y 54, realizó una gira por África y a su regreso pasó por Portugal, para saludar a un viejo amigo, Béla Guttmann, su antiguo entrenador en el Sao Paulo, y le informó que había jugado contra un mozambiqueño que tenía enormes condiciones, pero que no se atrevía a llevarlo a Brasil, porque había muchos como él. Entonces le dijo al técnico: “¿Por qué no lo prueba, Mister?”  Es así que, proveniente del Lourenzo Marquez, con 19 años recién cumplidos, Eusébio se integra a las divisiones juveniles de Benfica.)

Finalmente, el joven Eusébio, luego de una larga travesía en avión, llegó al Aeropuerto Internacional de Carrasco en Uruguay en horas de la mañana de la gran final.  Recuerdo que los titulares de los diarios uruguayos decían: “Béla Guttman tiene un as bajo la manga: Eusébio”

Tuve la enorme fortuna de ver el debut internacional de Eusébio en Montevideo. Tenía una enorme potencia en sus piernas, era muy inteligente y, por su particular estilo felino para trasladar la pelota, lo habían bautizado como “la pantera negra”.

En una noche primaveral, con 60 mil personas presentes, aurinegros y lusitanos se midieron en un encuentro muy diferente del que había terminado en goleada dos días antes. Benfica jugó sin fisuras en su defensa, tratando de controlar a los ágiles delanteros de Peñarol y buscando permanentemente con largos envíos a la nueva estrella africana; sin embargo, a los 5 minutos de comenzado el encuentro apareció Sasía para marcar el 1 a 0.  Benfica no se desorganiza, y poco a poco comienza a agigantarse la figura de Eusébio, que inquieta a toda la defensa de Peñarol, hasta que a los 35 minutos empata el partido con un fuerte disparo desde fuera del área, contra la Tribuna Amsterdam.  En ese momento, en las gradas del Centenario, pensé: “¿Por qué Peñarol aceptó que lo trajeran? ¡Qué jugador!”

Pero Peñarol no se inquieta y nuevamente se lanza al ataque, y sobre los 40 minutos el árbitro argentino Praddaude sanciona un penal. Se adelanta con una frialdad absoluta nuevamente José Sasía, sobre el arco de la Colombes, para dejar sin chance a Costa Pereira.  En el segundo tiempo no se modifica el tanteador pese a los esfuerzos de los lusitanos y Peñarol, con la victoria por 2 a 1, vive su gran noche de gloria, al consagrarse, por primera vez en su historia, como Campeón Intercontinental de Clubes.

Peñarol alineó a Luis Maidana; William Martínez, Núber Cano; Edgardo González, Néstor Goncálvez, Walter Aguerre; Luis Cubilla, Ernesto Ledesma, José Sasía, Alberto Spencer y Juan Joya.

Cuentan los periodistas que, al finalizar el partido, al ingresar al vestuario visitante, ocupado por el equipo de Benfica, el ambiente era desolador, y en un profundo silencio los jugadores se vestían sin dirigirse la palabra, menos uno que estaba algo más alejado, asumiendo el peso de la derrota; era él, el debutante, la pantera negra de Mozambique, que con sus 19 años había cargado con la gran responsabilidad de querer cambiar la historia de su equipo pero no tuvo suerte.

Sin embargo, a Eusébio su gran momento le llegaría un año después, en Holanda, cuando jugó la final europea ante el Real Madrid y dos goles suyos fueron importantísimos para ganarle a los españoles por 5 a 3.

En el Mundial de Inglaterra, en 1966, Portugal consiguió la tercera plaza, gracias a Eusébio, quien quedó como máximo anotador con nueve goles (cuatro de ellos ante Corea del Norte, en un recordado partido que perdían por 3 a 0).

Con Eusébio, Benfica logró los máximos honores, ya que consiguió en 13 ocasiones la Liga de Portugal y en cinco la Copa Portuguesa. Individualmente, conquistó un Balón de Oro (1965), dos Botas de Oro (1968 y 1973), 727 goles en 715 partidos con la camiseta de Benfica y 41 tantos en 67 partidos internacionales con su selección.

Eusébio, un mito eterno, ídolo de multitudes, que se ganó el corazón de los portugueses y de los fanáticos del buen fútbol en el mundo entero.